El sueño de Mó, a través de una propuesta creativa y lúdica, abre espacio a que los niños se acerquen al mundo del teatro haciendo uso de la imaginación y de su sensibilidad infantil.
Por Eduardo Guerrero
A partir de la década de los ochenta, aparecieron en el teatro chileno algunos colectivos que resaltaron por potenciar los llamados lenguajes de la teatralidad; entre ellos La Troppa, con montajes notables como Salmón vudú, Lobo, Gemelos, entre otros. Posteriormente, en el 2005, el grupo se escinde, conformando Viaje inmóvil y Teatrocinema, este último liderado por Juan Carlos Zagal y Laura Pizarro.
Desde ahí en adelante, Teatrocinema ha ido potenciando el entrecruzamiento del teatro, del cine y del cómic, resultando –en términos generales– puestas en escenas llenas de magia y de colorido. En esta ocasión, su apuesta ha sido con lo que se llama un teatro familiar, en donde tanto adultos como niños son interpelados, en cierta forma, a participar en la propuesta lúdica. Por eso mismo, El sueño de Mó, más allá de su simple argumento (la historia de Mó, quien realiza un viaje onírico con un cometa caído desde el cielo), nos conecta con el mundo de la imaginación y de la creatividad, en donde lo real y lo simbólico poseen sus propias lecturas. Como ha acontecido con la mayoría de sus espectáculos, uno se sorprende por la imaginería teatral, por la técnica al servicio de la propuesta escénica, por la visualidad. De esta forma, la temática señera del viaje adquiere una connotación que hace que el lenguaje de la palabra sea reemplazado por el lenguaje de la imaginación.
El sueño de Mó es una obra no convencional de lo que ha sido el teatro infantil, lo que, en cierta forma, se agradece.

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